Cualquiera puede comprobar que el género de terror ha experimentado en las últimas décadas un auge insólito. Si bien recuerdo, a finales de los 80 solo autores como Stephen King o Dean R. Koontz eran conocidos por el gran público, y, pese a tratarse sus obras de auténticos best-sellers, gran parte de la culpa de su popularidad se debía a las numerosas adaptaciones cinematográficas de sus obras. Más allá de eso, autores como Lovecraft o Poe eran muy minoritarios, el género gótico era prácticamente marginal y el género zombi apenas tenía eco en la literatura de este país. Todavía poseo un ejemplar de “El libro de los muertos”, de la extinta Ultramar, editado en 1989, un magnífica antología que reunía a diversos autores norteamericanos, en parte desconocidos, alrededor de la figura de los devoradores de cerebros … relatos descarnados y no aptos para todos los públicos, un libro verdaderamente peligroso en forma y fondo, en cuyo prólogo, redactado por George Romero, se trazaban, ya por entonces, interesantes lecturas sobre el género: no existía mucha diferencia entre una horda de zombis y una horda de compradores compulsivos a la puerta de un centro comercial en un “black Friday”… Los lectores de terror en este país eran pocos pero militantes, las ediciones de Alianza de Lovecraft pasaban de mano en mano, cuando no había que tirar de biblioteca… Uno tenía la sensación de que, cuanto más amarillentas las páginas, cuanto más ajado el libro, cuanto más manoseado, más momentos de terrorífico placer esperarían entre sus pastas.
Ahora vivimos una escena diferente. El éxito de directores como Tim Burton, fenómenos como la universalización de la fiesta de Halloween o de movimientos como el mal llamado “frikismo” han ayudado a que las nuevas generaciones hayan crecido rodeados de iconos del género, produciéndose cierta “normalización”, cierta “mcdonalización”… aunque esto no se haya traducido en un aumento exponencial del número de lectores. En efecto: ninguno de ellos ha leído “Frankestein” ni “Drácula” pero todos saben quién es Sally, de “Pesadilla antes de Navidad”. Se trata pues de una infantilización del género, potenciada aún más tras el éxito de las novelas de “Crepúsculo” y la larga estela de copias posteriores, fundamentadas en vampiros que no beben sangre y hombres-lobo que comen de tu mano. La explosión de las novelas erótica-romántica-sobrenatural es harina de otra costal a la que nos dedicaremos en otra ocasión.
Pero no estamos aquí para hacer una disección light del género, sino más bien para hablar de la editorial Valdemar y, más específicamente, de uno de sus últimos lanzamientos: “Noctuario”, de Thomas Ligotti.
Ligotti bebe directamente de la misma línea endogámica-enfermiza que propulsó el genio de Providence: soledad, aislamiento, repulsión… El llamado “horror cósmico” es, en cambio, sustituido por algo que han llegado a denominar como “terror filosófico”. Thomas Ligotti, pese a haber nacido en Detroit, fundamenta sus influencias en autores como Kafka, Bernhard, Nabokov, Borges o Conrad, y esto se traduce en un estilo depurado muy centroeuropeo, más amante de viejas callejuelas de piedra, enredaderas, pozos, jardines y largas frases que de coches poseídos, móviles sin saldo y chats monosilábicos. No hay truco o trato, no hay “están todos muertos”, no hay giro imprevisto en el último párrafo, la prosa de Ligotti seduce por lo sugerente de sus implicaciones, por la horrible belleza que se esconde detrás de cada personaje tortuoso, empujados por una noción inefable de “fatalismo”… Lo inevitable, a la vez que imposible, es la melodía que recorre de lado a lado todos los relatos de esta sublime edición de Valdemar. El nihilismo de Ligotti es militante, también su pesimismo acerca de la raza humana ( tema sobre el que se volcaría en otra de sus obras)… esto le convierte en un autor no apto para todos los públicos, pero también tremendamente necesario en esta escena de productos comerciales encorsetados, donde hay que asustar con los mismos referentes, y bajo las mismas siglas, y desde una misma perspectiva… En el momento en que el terror se vuelve predecible y deja de asombrar se convierte en otra cosa: puro y aletargado entretenimiento de segundo nivel.
Valdemar nos propone, como siempre, algo mejor, probablemente menos fácil, menos digerible, pero mucho más estimulante.
Para terminar, anotar que la primera vez que vi el nombre de Ligotti escrito fue hace unos cuantos años cuando escuché “I have a special plan for this world” del inclasificable David Tibet, de Current 93, amigo y colaborador. Dios los cría, ellos se juntan. Por entonces solo estaba editado “La fábrica de pesadillas” en la tristemente desaparecida editorial La fábrica de Ideas y, por un motivo o por otro, su lectura se me escapó en su época (ahora solo se puede conseguir de segunda mano).
Recomendar, por último, todo el catálogo de Valdemar, editorial que si fuera a una isla desierta y solo pudiese elegir una… (ya sabéis), y esta entrevista en Jot Down, donde los editores se muestran tan lúcidos, divertidos e irreverentes como siempre.
Larga vida a Valdemar.
Emilio Lanzas