Escrito por Paqui Lara, alumna del taller de Kreadores.
Mía quiso salir de aquel libro gigante pero sus historias le tenían atrapada o quizá aquel fantasma le atraía de alguna manera. Necesitaba saber a quién pertenecía la mancha de sangre que había sobre el suelo del castillo de Canterville, habitado por ese espectro chalado desde 1.565, que pretendía echar a los nuevos inquilinos con toda clase de trucos y el ruido de sus grilletes sin engrasar.
Las puertas abiertas no servían para salir al exterior sino a historias distintas. Quizá ella anduviera por esos pasadizos y de repente oyera los golpecitos de la rama de un árbol sonar en el cristal de la ventana por la que se divisaban unas cumbres borrascosas amenazando lluvia en un páramo plomizo.
Puede que de pronto viera llamas en aquel torreón y al señor Rochester luchando contra el fuego al rescate de su esposa esquizofrénica, tantos años encerrada allí.
Imposible salir hasta conocer el misterio sobre los ruidos de pasitos de unos pies famélicos como un ramo de flores marchitas, saltando o bailando en el ático. Quería saber por qué un hombre tan horrible a la vista, como si estuviera hecho de retales de piel humana unidos por gruesas costuras, tan tosco y grande poseía un corazón tan tierno.
Cómo podía ser que otro se convirtiera en lobo con la luna llena y llevara doble vida y por qué todos los lobos siempre eran los grandes perdedores en los cuentos.
¿Cuándo las bestias eran bellas y las bellas bestias?.
Mía se quedó para siempre paseando por el camino de baldosas amarillas buscando respuestas y nuevas emociones.