Reseña de Emilio Lanzas
Alguien dijo alguna vez que uno no deja de sentir lo mismo a lo largo de los años, lo único que cambia es el punto de vista. Pero la perspectiva lo es todo, y Bret Easton Ellis lo demuestra con creces en su última novela.
Bret escribe Los Destrozos casi 40 años después de su primer libro, Menos que cero, publicado en 1985, cuando apenas contaba 21 años. En ella describía escenas en la vida de un puñado de adolescentes ricos en Los Ángeles a principios de los 80, apenas recuerdos camuflados del propio Bret en su último año de instituto en Bermington.
Menos que cero: una novela sin apenas trama, construida a través de una serie de escenas en las que destaca el estilo directo, narrado en una primera persona muy lejana, anestesiada.
Menos que cero: sexo como divisa de cambio, máscaras deformantes, materialismo exacerbado expresado con un minimalismo indiferente que roza el laconismo.
Como: despertar aletargado de una fiesta, descubrir cuerpos flotando en una piscina y que sólo te preocupe dónde dejaste tus gafas de sol.
La novela hechizó a toda una generación por su retrato desolador de la imagen del éxito, la juventud y la belleza en una sociedad zombificada por Hollywood y el capitalismo.
Un feliz anuncio publicitario de bebida refrescante convertido de forma inconsciente en una película de terror.
Con Los Destrozos vuelve a ese mismo escenario alternando escenas del joven Bret al actual de 59 años. Su prosa ya no es tan sencilla y afilada, pierde frescura pero sí es más reflexiva y completa, arrojando luz donde antes sólo había sombras, cambiando ambigüedad por confesión. Ahora Bret no tiene miedo al qué dirán (aunque dudo que alguna vez lo tuviera) y no deja de repetir en cada entrevista que lo que ocurre en Los Destrozos es autobiográfico en mayor medida, con nombres cambiados para evitar visitar juzgados.
De alguna manera quiere saldar una cuenta consigo mismo, desarrollando una suerte de confesión más o menos honesta, a ratos hilarante (desenterrar cadáveres siempre es divertido) con el fin de obtener un retrato más veraz de aquellas viejas polaroid olvidadas en un cajón.
Uno no recuerda todas las caras, y todas las caras no significan nada si uno no recuerda sus nombres.
Uno tampoco es el mismo, el reflejo en el cristal solo devuelve los destrozos que hemos perpetrado en nosotros mismos, no queda rastro de aquel que cometió tantos errores. O quizás sí… al final al cabo uno no puede dejar de ser uno mismo, a pesar de las medicaciones y de las mentiras: colores del cristal empañado con el que uno mira.
En definitiva, BEE vuelve a demostrar que es uno de los mejores escritores de su generación y de las que vendrán, articulando paradojas y simulaciones que son más relevantes que nunca en este 2023.
Desaparezca aquí.