EL PLANTADOR DE TABACO, John Barth

La editorial Sexto Piso rescata del limbo de los libros descatalogados “El Plantador de Tabaco” (1960). Para ello no solo han vuelto a contar con la excelente traducción de Eduardo Lago sino que han aprovechado la ocasión para vestir la obra maestra de John Barth (Maryland, 1930) con las galas que merece. Se trata de una cuidada edición que no solo cuenta con un interesante prólogo del traductor, sino que además mima la vista de los lectores con un cuerpo de letra adecuado a la intensa lectura de sus 1173 páginas (atrás quedaron los tiempos de la edición de Cátedra, que solo favorecía una urgente visita a la óptica más cercana).

Clásico moderno, obra maestra, autor de culto masivo fuera de España… ¿De qué trata “El Plantador de Tabaco” y porque arrastra su autor tales calificativos? El libro transcurre a finales del siglo XVII y narra la epopeya de Ebenezer Cooke*, poeta inseguro y desastroso que, por encargo de su acaudalado y enfermísimo padre, emprende un viaje desde la decadente ciudad de Londres hasta el Nuevo Mundo para hacerse cargo de una plantación de tabaco, sita en la colonia de Maryland. Para cumplir el deseo paterno de convertirse en un hombre hecho y derecho Ebenezer tendrá que vivir las más disparatadas aventuras, cruzándose con personajes de toda índole y condición (putas, piratas, Pocahontas), la mayoría de ellos abrigando la intención nada noble de hacerle perder, ya no solo su herencia, sino también su virginidad militante. Todo esto se narra con una prosa dieciochesca, un tanto rebuscada y barroca, con alta querencia por la frase larga y el diálogo burlesco, que John Barth manipula y retuerce hasta cumplir con sus exigencias.

— (habla el padre de Ebenezer, Andrew) (…) La señora Twigg suele decir que los infantes ingleses jamás debieran mamar de una teta francesa, y cree que si has llegado a ser un hijo pródigo, la raíz está en la mezcla de leche francesa con sangre inglesa. Yo, sin embargo, siempre he mantenido la esperanza, y la mantengo aún, de que tarde o temprano te he de ver un hombre hecho y derecho, todo un Ebenezer digno de nuestra casa.

¡Os ruego que me disculpéis, señor! Debo confesar que no os sigo en esta conversación de leche francesa y Ebenezers. ¿No sería francesa mi madre?

No, no, eres vástago de hembra y varón ingleses, puedes estar seguro de eso. ¡A la porra el médico, qué narices! Tráeme una pipa y siéntate, muchacho, que te voy a desvelar tu historia de una vez por todas, así como el asunto que más me preocupa”

(pag. 76)

El resultado varía entre lo divertido, lo cruel y lo estrambótico (a menudo las tres cosas a la vez); pronto nos damos cuenta de que estamos leyendo una sátira con altas dosis de picaresca, un género muy explotado en la literatura española del S. XVII y también en los despachos de días no tan lejanos. No en vano “El Quijote” es uno de los libros preferidos de John Barth y, al igual que Cervantes escribía su obra maestra partiendo de una parodia a las novelas de aventuras tan de moda en su época, parece que Barth elige la novela de aliento añejo y dieciochesco, que tan buenos réditos recibe en literatura, para componer su particular visión de la filosofía, la poesía y la política, desmantelando, de paso, la historia de Norteamérica. Quizás lo único que se la pueda reprochar a “El Plantador de Tabaco” es su ambición o cierta auto-indulgencia, volcada en un elevado número de personajes, situaciones y, finalmente, páginas, que muchos considerarán excesivas. No olvidemos que nos encontramos con la segunda obra de un joven autor de 30 años, que terminó convirtiéndose en uno de los primeros impulsores del postmodernismo (palabreja que ha sido posteriormente utilizada para calificar a cualquier aparato literario fragmentario, autoconsciente y de una complejidad media) de los años 60 y 70, junto con figuras como Donald Barthelme, Robert Coover, William H. Gass o Vladimir Nabokov, entre otros. Eso sí, tanto “El Plantador de Tabaco” como su opera prima “La Opera Flotante” (1956) o “Perdido en la Casa Encantada”(1968) gozan de una accesibilidad y un gusto por la ironía y el humor del que carecen algunos de sus contemporáneos, por lo que las obras de John Barth alcanzaron buenas ventas y un reconocimiento masivo en Estados Unidos.

Por último, aprovechamos para destacar que tanto “La Ópera Flotante” (2002, El Aleph) como “Perdido en la casa encantada” (conjunto de relatos que sufrirían de una notable vuelta de tuerca por David Foster Wallace en su relato “Hacia el oeste”) están actualmente descatalogados. Esperamos que la valiente apuesta de Sexto Piso por John Barth no caiga en saco roto y veamos pronto más obras suyas rescatadas en nuestras manos.

Aquí podéis leer el primer capítulo entero de “El Plantador de Tabaco”:

http://issuu.com/revistadeletras/docs/fragmento_el_plantador_de_tabaco/3?e=4385120/3369833

* Ebenezer Cooke fue una figura histórica real (1665–1732), y escribió la que se conoce como la primera sátira americana «The Sotweed Factor, or A Voyage to Maryland, A Satyr» (1708), en la que parodia la vida de los colonos. Lo que hace John Barth es utilizar las pocas referencias históricas que se tiene de su persona (se sabe que viajó desde Londres a Maryland para trabajar en la plantación de tabaco, posesión de su abuelo… etc) para construir una ficción.

Emilio Lanzas Jiménez

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